"El príncipe destronado",
por Miguel Delibes, Destinolibro, Barcelona,
1983
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Retrato de la niñez
Comentario a
"El príncipe destronado", de Miguel Delibes
Por Lasker
Si en El disputado
voto del señor Cayo Miguel Delibes indaga en
los perfiles de la dignidad humana mediante el
contraste entre un grupo de jóvenes urbanos y un
anciano que defiende su pequeño mundo en un pueblo
de la Castilla rural, en El príncipe destronado (publicada
antes, pues la primera edición es de 1973) el genial
escritor se atreve con el mundo de la niñez.
En las conversaciones
entre adultos es un lugar común el comentar lo rápido
que pasan los días, los meses, los años. Acaba la
Navidad y, casi sin darnos cuenta, llega la siguiente.
La estabilidad que se alcanza en la madurez de la
vida hace que, salvo excepciones, cambien pocas cosas.
Cuando faltan las novedades el tiempo pasa más
deprisa. Por eso, una de las características de la
niñez, etapa en la que cada minuto es un
descubrimiento, es que no hay un día igual a otro.
Cada día encierra un mundo completo. Delibes,
implacable observador de las cualidades humanas, tuvo
muy en cuenta esa particular valoración infantil del
tiempo al plantear su novela. El príncipe
destronado discurre en una sola jornada, tiempo
suficiente para que, al finalizar la última página
y cerrar el libro, el lector haya podido rememorar y
reconocer muchas de las sensaciones, miedos y anhelos
que experimenta un niño de tres años.
Con una estructura
cuidadosamente estudiada, la novela se divide en doce
capítulos, correspondiendo cada uno a cierta hora
del día. El primero -las diez de la mañana- se
inicia cuando Quico despierta, introduciéndonos en
las emociones de un chiquillo que acaba de abrir los
ojos: las camas vacías de sus hermanos mayores, el
ruido lejano de la aspiradora en la casa, el juego de
sombras de los objetos inertes del dormitorio, el
grito final del protagonista reclamando atención. El
breve relato termina pasadas las nueve de la noche,
con el incipiente sueño de Quico, conseguido tras
vivir, junto al lector, una certera galería de los
terrores infantiles a la oscuridad.
Podríamos comparar El
príncipe destronado con un cuadro cuyo
protagonista apareciera nítidamente pintado en el
centro de la obra y, a su alrededor, pudieran
reconocerse los demás personajes, dibujados en círculos
concéntricos con trazos progresivamente borrosos a
medida que el espectador desviara su mirada hacia la
periferia de la pintura. Se trata, pues, de un
retrato de la niñez, ambientado en un periodo -diciembre
de 1963- que permite algunas alusiones al régimen
político de Franco, y adornado con sucintos apuntes
domésticos: las difíciles relaciones entre el padre
y la madre de Quico, los conflictos de la madre con
las empleadas del hogar, o las duras condiciones del
servicio militar de la época. Pero todos esos
elementos no son sino objetos adicionales sobre los
que proyectar la mirada infantil de Quico, pues el
autor logra hacernos ver todas las escenas con los
ojos del niño.
Quico, que va a cumplir
cuatro años, sufre a su modo la llegada de la pequeña
Cris. La nueva benjamín de la familia acapara ahora
la atención y el pequeño luchará por recuperarla:
grita "¡ya estoy despierto!" nada más
abrir los ojos por la mañana; presume de no haberse
hecho pis durante la noche -al contrario que su
hermanita, con la que insiste en compararse-; vuelve
loco a todo el mundo con sus continuas travesuras,
llegando incluso a fingir haberse tragado un clavo
con tal de asumir todo el protagonismo. Es el príncipe
destronado que da título al libro. A su alrededor,
Delibes es capaz de evocar los recuerdos más remotos
del lector al describir a Vito, la chacha de siempre,
aquella que nos hacía cerrar los ojos mientras nos
lavaba la cara con jabón sin darnos opción a
resistirnos, o a su novio Femio, ¿quién no recuerda
al novio de turno, vestido de soldado, aparecer por
casa? Mención aparte merece Mamá, un personaje
cuyas frustraciones y fracasos son sólo
superficialmente apuntados, de forma que sólo
importan en la medida en que interfieren en Quico,
afectando al transcurso de su particular jornada. Y
Papá, ex combatiente del bando nacional en la guerra
civil, cuyo interés en imponer sus ideas a Pablo, el
hijo mayor, motivó a Antonio Mercero para trasladar
al cine la novela, con el título La guerra de
papá. Y así, hora tras hora, mientras el resto
de personajes va sugiriéndose en un fondo que es
casi un paisaje, a medida que se acerca la noche, el
retrato de Quico va completándose.
El príncipe
destronado es una más de las muchas incursiones
de Miguel Delibes en el mundo cotidiano. Estudiar la
normalidad de la vida, y hacerlo además usando un
estilo directo y aparentemente fácil, como si nos
estuviera hablando, es uno de los desafíos más
ambiciosos que puede afrontar cualquier escritor. Se
trata de desnudar el talento, a la manera del mejor
Woody Allen en sus películas filmadas en blanco y
negro y sin efectos especiales. Sólo que, en el caso
de Delibes, los tonos grises pasan desapercibidos. De
ese modo, El príncipe destronado, siendo en
realidad una novela corta, tiene el raro mérito de
emocionar a cualquier lector y, además, asombrar al
crítico más exigente por la forma en que resuelve
las dificultades de la empresa. Es una joya de la
literatura española llamada a resistir el paso del
tiempo.
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