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"El príncipe destronado", por Miguel Delibes, Destinolibro, Barcelona, 1983

"Un puente lejano", de Cornelius Ryan 7 febrero 2000
"Todo un hombre", de Tom Wolfe 27 enero 2000

Retrato de la niñez
Comentario a "El príncipe destronado", de Miguel Delibes

Por Lasker

Si en El disputado voto del señor Cayo Miguel Delibes indaga en los perfiles de la dignidad humana mediante el contraste entre un grupo de jóvenes urbanos y un anciano que defiende su pequeño mundo en un pueblo de la Castilla rural, en El príncipe destronado (publicada antes, pues la primera edición es de 1973) el genial escritor se atreve con el mundo de la niñez.

En las conversaciones entre adultos es un lugar común el comentar lo rápido que pasan los días, los meses, los años. Acaba la Navidad y, casi sin darnos cuenta, llega la siguiente. La estabilidad que se alcanza en la madurez de la vida hace que, salvo excepciones, cambien pocas cosas. Cuando faltan las novedades el tiempo pasa más deprisa. Por eso, una de las características de la niñez, etapa en la que cada minuto es un descubrimiento, es que no hay un día igual a otro. Cada día encierra un mundo completo. Delibes, implacable observador de las cualidades humanas, tuvo muy en cuenta esa particular valoración infantil del tiempo al plantear su novela. El príncipe destronado discurre en una sola jornada, tiempo suficiente para que, al finalizar la última página y cerrar el libro, el lector haya podido rememorar y reconocer muchas de las sensaciones, miedos y anhelos que experimenta un niño de tres años.

Con una estructura cuidadosamente estudiada, la novela se divide en doce capítulos, correspondiendo cada uno a cierta hora del día. El primero -las diez de la mañana- se inicia cuando Quico despierta, introduciéndonos en las emociones de un chiquillo que acaba de abrir los ojos: las camas vacías de sus hermanos mayores, el ruido lejano de la aspiradora en la casa, el juego de sombras de los objetos inertes del dormitorio, el grito final del protagonista reclamando atención. El breve relato termina pasadas las nueve de la noche, con el incipiente sueño de Quico, conseguido tras vivir, junto al lector, una certera galería de los terrores infantiles a la oscuridad.

Podríamos comparar El príncipe destronado con un cuadro cuyo protagonista apareciera nítidamente pintado en el centro de la obra y, a su alrededor, pudieran reconocerse los demás personajes, dibujados en círculos concéntricos con trazos progresivamente borrosos a medida que el espectador desviara su mirada hacia la periferia de la pintura. Se trata, pues, de un retrato de la niñez, ambientado en un periodo -diciembre de 1963- que permite algunas alusiones al régimen político de Franco, y adornado con sucintos apuntes domésticos: las difíciles relaciones entre el padre y la madre de Quico, los conflictos de la madre con las empleadas del hogar, o las duras condiciones del servicio militar de la época. Pero todos esos elementos no son sino objetos adicionales sobre los que proyectar la mirada infantil de Quico, pues el autor logra hacernos ver todas las escenas con los ojos del niño.

Quico, que va a cumplir cuatro años, sufre a su modo la llegada de la pequeña Cris. La nueva benjamín de la familia acapara ahora la atención y el pequeño luchará por recuperarla: grita "¡ya estoy despierto!" nada más abrir los ojos por la mañana; presume de no haberse hecho pis durante la noche -al contrario que su hermanita, con la que insiste en compararse-; vuelve loco a todo el mundo con sus continuas travesuras, llegando incluso a fingir haberse tragado un clavo con tal de asumir todo el protagonismo. Es el príncipe destronado que da título al libro. A su alrededor, Delibes es capaz de evocar los recuerdos más remotos del lector al describir a Vito, la chacha de siempre, aquella que nos hacía cerrar los ojos mientras nos lavaba la cara con jabón sin darnos opción a resistirnos, o a su novio Femio, ¿quién no recuerda al novio de turno, vestido de soldado, aparecer por casa? Mención aparte merece Mamá, un personaje cuyas frustraciones y fracasos son sólo superficialmente apuntados, de forma que sólo importan en la medida en que interfieren en Quico, afectando al transcurso de su particular jornada. Y Papá, ex combatiente del bando nacional en la guerra civil, cuyo interés en imponer sus ideas a Pablo, el hijo mayor, motivó a Antonio Mercero para trasladar al cine la novela, con el título La guerra de papá. Y así, hora tras hora, mientras el resto de personajes va sugiriéndose en un fondo que es casi un paisaje, a medida que se acerca la noche, el retrato de Quico va completándose.

El príncipe destronado es una más de las muchas incursiones de Miguel Delibes en el mundo cotidiano. Estudiar la normalidad de la vida, y hacerlo además usando un estilo directo y aparentemente fácil, como si nos estuviera hablando, es uno de los desafíos más ambiciosos que puede afrontar cualquier escritor. Se trata de desnudar el talento, a la manera del mejor Woody Allen en sus películas filmadas en blanco y negro y sin efectos especiales. Sólo que, en el caso de Delibes, los tonos grises pasan desapercibidos. De ese modo, El príncipe destronado, siendo en realidad una novela corta, tiene el raro mérito de emocionar a cualquier lector y, además, asombrar al crítico más exigente por la forma en que resuelve las dificultades de la empresa. Es una joya de la literatura española llamada a resistir el paso del tiempo.

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