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"Todo un hombre", por Tom Wolfe. Ediciones B, S.A., 1999

El humor amargo de "Todo un hombre"
Por Lasker
Nota biográfica sobre Tom Wolfe

"Todo un hombre" da título a la crónica de la ruina financiera y humana de Charlie Croker, un promotor inmobiliario de Atlanta. En torno a su peripecia, el autor va construyendo una tribu de personajes cuyas respectivas historias van confluyendo lentamente, en la técnica acostumbrada del best seller actual. Entre ellos está el deportista Fareek Fanon, criado en los barrios bajos y ahora sospechoso de la violación de Elizabeth, hija de Inman Armholster, exponente a su vez de la alta sociedad de Atlanta y buen amigo de Croker; el abogado defensor Roger "Blanco al cuadrado", que descubre el atractivo de la política de la mano del alcalde de la ciudad, Wesley Jordan; la joven segunda esposa de Croker, Serena, su primera mujer Martha y el hijo nacido del primer matrimonio, Wally.

La galería es en realidad interminable y sus caracteres no sorprenderán a los lectores que ya conocieron a Tom Wolfe en "La hoguera de las vanidades". Todos tienen en común una infelicidad que no resuelven ni el éxito ni el fracaso. Tom Wolfe dibuja una sociedad en la que el único papel de cada individuo parece estar escrito de antemano por las convenciones sociales, desde las que el autor transmite una visión irónica e ingeniosa, pero también cínica y despiadada, de la naturaleza humana. Nadie se libra del ácido corrosivo que el autor derrama sobre sus personajes, en un mundo en el que no hay lugar para sentimientos tales como la ternura o la compasión. Fareek Fanon es un joven alocado a quien la fama ha destrozado tanto como lo hubiera hecho el no haber salido de los barrios pobres. Serena es descrita como la típica segunda esposa de magnate que, a diferencia de la primera, no se ha casado para lo bueno y para lo malo, sino sólo para lo bueno. Martha vive con angustia el haber entrado en la cincuentena, asistiendo a agotadoras sesiones de gimnasia para intentar parecerse al prototipo de mujer dinámica y musculosa de la época actual (chicos con tetas, califica despectivamente el autor).

El argumento de la novela responde al más puro estilo Tom Wolfe: Charlie Croker ha levantado Croker Concourse, un enorme complejo de oficinas en las afueras de Atlanta. Quebrantando una de las reglas básicas de los negocios -no comprometer en ellos el patrimonio personal- ha avalado personalmente fantásticas sumas de dinero ante el banco que financió la construcción, el PlannersBanc. Pero las ventas no son las esperadas y el empresario se encuentra súbitamente en la ruina. Su desgracia provoca la aparición de los buitres. El banco le presiona y uno de sus directivos, Raymond Peepgass, urde una operación para lucrarse personalmente con la venta de Croker Concourse y así poder resolver los problemas económicos provocados por su divorcio y por su codiciosa amante. El alcalde Jordan, utilizando al abogado Roger "Blanco al cuadrado" como correa de transmisión, ofrece a Croker su influencia para salvarlo de la quiebra, a cambio de que apoye públicamente a Fareek Fanon frente a las sospechas de violación. Pero eso supondría para Croker actuar en contra de su amigo Inman Armholster -a quien ha prometido ayuda-, para obtener su propia salvación y para favorecer, de paso, la campaña electoral del alcalde.

Mientras tanto, Charlie Croker ha tomado la decisión de reducir en un quince por ciento el personal de su compañía de alimentación. Esa es una buena ocasión para mencionar a otros dos personajes de la novela: "Genio", el brillante asesor financiero de Croker, y Conrad Hensley, un joven obrero de Croker Global Foods que trabaja en una cámara frigorífica levantando pesadas cajas de cuarenta kilos y que, como consecuencia de la reestructuración, se encuentra súbitamente en la calle. Genio es un segundón soberbiamente dibujado con los rápidos trazos de Wolfe, que se ceba sin compasión en el alto ejecutivo que, formado en las mejores universidades, en el fondo desprecia a su jefe y atribuye sólo a una inexplicable casualidad que sea aquél, y no él mismo, el propietario de las empresas para las que trabaja. Especialmente divertida es la escena en la que Croker no logra ejecutar la operación 2+2=4 en la sofisticada calculadora HP de su empleado, hasta que descubre que hay que escribir "+2+2" para que el "chisme" funcione. Pero, excepción hecha del propio Croker, el retrato más ambicioso de Todo un hombre es sin duda el del joven Conrad Hensley, paradigma de la amarga perspectiva desde la que Tom Wolfe contempla al ser humano. Hensley es un joven que paga con su desgracia el precio de haber sido honesto durante toda su vida. Casado muy joven, trabaja duro en una cámara frigorífica de Croker Global Foods, con la esperanza de ahorrar y poder comprar una pequeña casa en la que vivan su mujer y su hijo. No importa lo mucho que se esfuerce en su puesto. Una lejana decisión de Croker le coloca en el paro y, con ello, en el punto de mira de su hostil suegra, que lógicamente no es ninguna excepción en la nómina de actores inmisericordes de la novela. Un incidente ocurrido mientras Conrad trata de obtener trabajo -la descripción de sus calamidades en esa jornada es digna de figurar en una antología de la mala suerte- le lleva a la cárcel, en donde, buscando un asidero moral que le permita sobrevivir, descubre un libro sobre Epicteto y los estoicos. En ese momento la narración alcanza su punto crítico y, desgraciadamente, en el camino hacia el desenlace se muestra incapaz de mantener el elevado nivel alcanzado durante la primera mitad.

Aprovechando un inverosímil terremoto que destruye la cárcel, Conrad logra escapar y, gracias a una red de ayuda a inmigrantes vietnamitas -única muestra de algo parecido a la solidaridad que cabe hallar en toda la obra- consigue una falsa identidad y un empleo en una empresa de servicios a personas enfermas. Y ahí es donde, finalmente, confluyen las vidas de Charlie Croker y de Conrad Hensley, cuando este último es enviado por su empresa a asistir al propio Croker, convaleciente de una operación de rodilla. No les contaremos el final, aunque sí puede adelantarse que dista mucho de estar a la altura que en general mantiene la narración.

Lo mejor de Todo un hombre es la magnífica recreación de los muy diferentes ambientes en que se desarrolla la acción -la clásica propiedad sureña Termtina, los bajos fondos de Atlanta, la cárcel, los deslumbrantes actos sociales de la ciudad, etc., etc.-, y la lucidez y el ingenio que en general exhibe su autor al fotografiar la sociedad norteamericana, aunque en realidad los trazos más gruesos de la caricatura son universales. Se nota a faltar precisamente algo de color en los retratos. A pesar del tono irónico y humorístico de la novela, la impresión creciente que envuelve al lector es de amargura y desesperanza, porque en el mundo creado por Tom Wolfe no parece haber un lugar para los sentimientos limpios y positivos. Ni siquiera el joven Conrad se salva de esa visión pesimista de la persona, pues su dignidad acaba siendo sostenida por un punto de fanatismo y locura (la fe ciega en el estoicismo de Epicteto). La traducción, debida a Juan Gabriel López Guix, es esmerada y audaz. En cualquier caso, Todo un hombre es indispensable para el lector exigente y la recomendamos sin reservas.

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