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Volver a Can Borrell
Por Mitus

Conocí la Cerdaña a mediados de los ochenta. De algún modo que no recuerdo, dos jóvenes parejas desembocamos en Meranges, una aldea situada en el idílico valle al que da nombre a pocos kilómetros de Puigcerdá. No nos costó mucho encontrar el restaurante del que nos habían hablado, pero no podíamos imaginar el recibimiento que nos esperaba. El establecimiento lo regentaban Jaime Guillem y su esposa Lola Pijoan, personajes irrepetibles por muchos motivos.

Pero empecemos por el lugar. Can Borrell no es un restaurante corriente. Los dos tenedores y las dos estrellas de su portal no lo dicen todo de él. Se trata de una edificación con varios siglos a sus espaldas, con la piedra viva y la madera como únicos elementos decorativos. Desde sus ventanas el huésped disfruta de una magnífica panorámica del valle y se relaja contemplando el inevitable rebaño de vacas pastando junto al pueblo. Su cascabeleo, junto al rumor de un riachuelo cercano, son posiblemente los únicos sonidos que percibirá el viajero.

Don Jaime Guillem merece un comentario aparte. Sólo un hombre que ha vivido mucho mundo puede acabar dirigiendo como él lo hacía un pequeño hotel restaurante perdido en el corazón de la Cerdaña. He olvidado mencionar que Can Borrell dispone además de ocho pequeñas habitaciones. Apenas habíamos empezado el aperitivo, D. Jaime ya nos las había enseñado. Y nos bastó ver su austera decoración, aquel altillo acogedor con su empinada escalera, y el paisaje majestuoso a través de las ventanas, para decidir que debíamos quedarnos. Porque en aquellos años no era preciso reservar con semanas de antelación para dormir en Can Borrell.

Recuerdo muy bien lo que cené, aunque han pasado diecisiete años: sopa de tomillo servida con cuchara de palo y civet de ciervo. Don Jaime se prodigó con nosotros y no sólo nos explicó con detalle cómo se elaboraba cada plato -tarea de Doña Lola- sino que también nos narró anécdotas de su propia vida y de la de una hija suya que regentaba un restaurante de cocina catalana en pleno Manhattan. Por ejemplo, la de un japonés que pidió crema catalana para mezclarla con la langosta. Felizmente cenados y dormidos, a la hora que habíamos pedido que nos despertaran, en vez del chirriante timbre del teléfono sonaron cantos de pájaros por la megafonía de la habitación y, enseguida, se pudo escuchar la voz de D. Jaime desear "a los amigos venidos de Mallorca" una placentera jornada. Nunca he olvidado Can Borrell y jamás he dejado de pensar que volvería.

Diecisiete años después, estoy escribiendo estas líneas confortablemente sentado en una de las mesas camilla disponibles en el saloncito de Can Borrell. Una cordial pareja dirige hoy el lugar y espero que no les moleste que preste tanta atención a su antecesor. No sé qué ha sido de D. Jaime y de su esposa. Creo que prefiero no preguntar. La Cerdaña se ha cubierto de urbanizaciones que son disfrutadas por barceloneses de gran poder adquisitivo. Las ocho habitaciones del hotelito parecen estar ocupadas. Pese a que el sitio mantiene todo su encanto y aunque la cocina no ha decaído, no puedo evitar sentir cierta nostalgia, tal vez de mi propia juventud. El caso es que gracias al recuerdo de D. Jaime he regresado, esta vez con la que hoy es ya mi mujer y con nuestras dos pequeñas hijas. Juntos hemos recorrido las orillas del lago helado de Puigcerdá, hemos jugado con la nieve y hemos despedido el primer año del tercer milenio. El mundo sigue girando y nosotros, si Dios quiere, volveremos algún día.

Meranges, 1 de enero de 2002


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Enlaces de interés:

http://www.canborrell.com ..... Página de Can Borrell
http://www.cerdanya.net ....... Página de la Cerdaña.

 

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