Farsalia

Revista independiente
editor@farsalia.com

 Portada   Crítica de libros   Actualidad   Ajedrez   Foro 

 

Más artículos

Querido Juan Miguel 15 abril 2000
¿Un nuevo escenario? 20 marzo 2000
Justicia y reconciliación 6 marzo 2000
El instinto nacionalista 20 febrero 2000
Terrorismo y estrategia política 4 febrero 2000
La dignidad en la literatura 19 enero 2000

Libertad y competencia
Por Mitus

 

Ha transcurrido una década desde la demolición del muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética. El comunismo ha caído y se han consolidado los principios económicos liberales. Nadie discute ya seriamente la superioridad de la empresa privada frente a la pública, los efectos beneficiosos de la competencia y las consecuencias perjudiciales del intervencionismo estatal. Con los matices que cada uno prefiera, gobiernos de todo color han puesto en práctica políticas consecuentes con esos dogmas, fomentando o imponiendo la progresiva eliminación de monopolios, la privatización de las empresas estatales y la liberalización de muy diversos sectores económicos sometidos a regulaciones más o menos intensas. Hay un acuerdo general en que así se favorece la creación de puestos de trabajo y el crecimiento económico, en especial si tales estrategias se desarrollan en países democráticos en los que concurran las debidas condiciones de seguridad jurídica y estabilidad política.

Desde la anterior perspectiva, es fácil caer en la tentación de tildar de errónea toda intervención administrativa que distorsione la evolución natural del mercado, porque, se afirma, existe una relación directamente proporcional entre libertad económica y prosperidad. Pero, aparte de que la realidad se muestra siempre más compleja que cualquier construcción ideológica, por profunda que ésta sea, el manejo superficial de los conceptos liberales puede conducir fácilmente a conclusiones equivocadas. No hay que confundir la finalidad -lograr un sistema económico basado en la competencia- con la herramienta -la libertad de mercado-. La finalidad es lo que se persigue y tiene una nota de permanencia. La herramienta es algo que puede perfeccionarse si con ello contribuye mejor a lograr el objetivo al que sirve. Pues bien: lo que garantiza el equilibrio y el progreso de la sociedad no es la libertad de mercado en sí misma, sino la competencia. Por lo tanto, la libertad total de mercado será buena en la medida en que favorezca la competencia, y será perjudicial en la medida en que la competencia tienda a disminuir. Y el intervencionismo de la Administración pública en el mercado será beneficioso si tiene como finalidad la defensa de la competencia. Lo que ahora se pone en cuestión es el viejo dogma de que liberalización total equivale a competencia total. Podría no ser así.

La mera observación de la realidad actual demuestra que crecientes porciones del mercado de muy diversos sectores económicos van siendo dominadas por un número cada vez menor de empresas, cuyo tamaño individual no cesa de aumentar. La obsesión por el crecimiento provoca que las grandes sociedades mercantiles acometan procesos de fusión en proporciones tan colosales que acaban limitando la libertad de elección del consumidor, clave del liberalismo. Se llega así a la paradoja de que el liberalismo llevado a sus últimas consecuencias puede acabar limitando e incluso eliminando casi por completo la competencia (como ha ocurrido con Microsoft en el campo de los sistemas operativos de ordenadores personales), cuando no manteniendo un simulacro de la misma en aquellos casos, mucho más fecuentes de lo que se cree, en que un sector económico es dominado globalmente por no más de tres o cuatro operadores que de forma más o menos tácita acuerdan mantener entre sí un statu quo que asegure sus respectivas cuotas de mercado, impida el acceso al mismo de nuevas empresas y controle los precios.

El objetivo de una legislación reguladora del mercado debe ser precisamente garantizar el mantenimiento de un sistema de competencia a largo plazo. Se trata, una vez más, del difícil equilibrio entre libertad y organización. Pero nos interesa ahora destacar, frente a las presiones que desde diversos sectores pretenden el levantamiento de algunas medidas de intervención administrativa en el mercado que protegen al pequeño comercio de la voracidad de los colosos de la distribución, el papel de los llamados "pequeños comerciantes" en la competencia. Hay varias cuestiones que conviene formularse. Por ejemplo: ¿supondría la desaparición del pequeño comercio un aumento o una disminución de la competencia? ¿Qué otras consecuencias conllevaría un suceso de tal magnitud? ¿Equivale la liberalización total a la desaparición de las pequeñas empresas? Probablemente son preguntas que carecen de una respuesta segura, pero es interesante aclarar que cuando se plantea la protección legal de los pequeños comerciantes mediante ciertas limitaciones al funcionamiento libre del mercado (por ejemplo, estableciendo restricciones en los horarios comerciales), no se trata de crear un gremio de privilegiados, sino precisamente de preservar a largo plazo la libertad de elección del consumidor, que resultaría gravemente dañada si el comercio acabara en manos de un oligopolio integrado por unos pocos operadores globales.

    Copyright © 2000 Farsalia
   Prohibida la reproducción total o parcial, aun citando la procedencia, sin autorización expresa del autor