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"Las historias de Jaacob", por Thomas Mann, Ediciones B, Barcelona, 2000 (*****)

"Tras los pasos de Adán", de Thor Heyerdahl ***
"El Príncipe destronado", de Miguel Delibes ****
"Un puente lejano", de Cornelius Ryan **
"Todo un hombre", de Tom Wolfe **

Hondo es el pozo del pasado. Es más, podríamos llamarlo insondable.
Thomas Mann

El pozo insondable del ser humano

Comentario a la novela "Las historias de Jaacob", de Thomas Mann

Por Lasker

Mi primer contacto con la obra de Thomas Mann tuvo lugar en 1975. Yo tenía quince años y me había propuesto leer a los clásicos, me gustaran o no. La Ilíada, El Quijote y La Celestina, entre otras, pasaron por mis manos aquel año y siempre logré acabarlas, aunque reconozco que no las asimilé hasta una segunda lectura, esta vez por puro placer, pocos años después. Pero hubo una excepción a esa regla de la "lectura por deber". Recuerdo nítidamente una novela que, tras unas cien páginas de "esfuerzo", me cautivó súbitamente y me mantuvo despierto durante semanas, una madrugada tras otra. En la biblioteca de mi padre había –y ahí sigue- una extensa colección de obras escogidas de los Premios Nobel de literatura. Son gruesos volúmenes encuadernados en tapas grises con letras doradas, y formados por hojas finísimas que se desgarran al menor descuido. Incluyen las mejores aportaciones de José Echegaray, Knut Hansun, Theodor Mommsen (con su monumental Historia de Roma, tan valiosa en lo literario como en lo científico), Gabriela Mistral y muchos otros, entre los que se halla, por supuesto, Thomas Mann, a quien se otorgó el preciado galardón en 1929. El tomo dedicado a su obra empezaba con su primera novela, Los Buddenbrook, y esa circunstancia de figurar al principio del libro fue la única razón por la cual la leí. Siempre empiezo los libros por la página uno.

Si no me falla la memoria, las primeras cincuenta páginas (o tal vez más) de la novela se dedican a un banquete en casa del abuelo Buddenbrook, y no sólo pueden resultar aburridas para un adolescente de quince años, sino también para cualquier lector. Lo que ocurrió fue que, una vez superada esa parte del libro, de pronto ya no pude dejarlo. Los Buddenbrook se convirtió en una puerta mágica por la que entré en un mundo diferente al mío, pero igualmente creíble –y, por tanto, real de algún modo-. Los Buddenbrook me acompañó muchas noches, en las que me olvidaba de todo para ocuparme sólo de seguir, palabra por palabra y una página tras otra, la historia del florecimiento y ruina de aquella familia creada por Thomas Mann. En otras palabras, con Los Buddenbrook descubrí lo que es una verdadera novela y por qué hay tan pocos auténticos novelistas.

Todo lo que Los Buddenbrook tiene de ingenuidad, de experimentación, de novedad y autodescubrimiento, a causa de ser la primera novela de su autor, podemos transformarlo en madurez y cumbre creativa en lo que sin duda fue la obra más ambiciosa del novelista, por extensión, estilo, argumento y dificultad de la empresa. Me refiero, naturalmente, a José y sus hermanos, gigantesca tetralogía que recrea la crónica bíblica de Jacob y de su hijo predilecto. El libro objeto de comentario es la primera parte de la misma, Las historias de Jaacob, en la reciente y cuidadosa edición de Ediciones B. Dejo por ahora al margen el resto de la serie, integrado por La juventud de José, José en Egipto y José el proveedor.

El lector que desconozca las obras de Thomas Mann habrá intuido ya que sus obras no son de las que cabe afrontar a la ligera. Muchos descartarán Las historias de Jaacob al imaginar que se trata de una novela histórica más. Si, con todo, se adentran en sus primeras cincuenta páginas, pueden fácilmente desistir ante las disquisiciones del autor acerca de la historia de la humanidad, el lugar geográfico del Paraíso, el pecado original, la estructura del alma humana y otros problemas aparentemente lejanos a nuestras vivencias cotidianas. Los supervivientes se enfrentarán con otras sesenta destinadas a narrar con todo detalle el encuentro y la conversación que tienen lugar entre Jacob y José junto a un pozo ancestral, pero llegado a ese punto, el lector, aun con la sensación de que la novela propiamente dicha no ha comenzado todavía, sabe ya mucho acerca de los protagonistas y del mundo en que se desenvuelven. Y no sería posible ir más allá sin ese previo e imprescindible conocimiento. Es cierto que Thomas Mann no es un escritor fácil, ni se aprecia en su obra la menor intención de serlo. Lo que sucede es que para disfrutar de los mundos que él creó hay que pagar un precio. Entre la vida real y el universo literario que constituye cada una de sus novelas (y muy particularmente José y sus hermanos) hay estancias intermedias que es preciso recorrer, de modo que, cuando el visitante abandone la última y penetre por fin en el mundo de ficción, no se sienta un extraño en él, sino plenamente integrado con todo lo que ocurre. Thomas Mann fue un consumado maestro en esta técnica, pero puede no ser válida, como señalaba anteriormente, para cualquier clase de lector.

Jacob, hijo de Isaac, obtiene de éste la bendición como primogénito -decidida para su hermano- mediante una treta instigada por su madre Rebeca. Obligado a huir de la venganza de Esaú, se refugia en las tierras de Labán, un pariente lejano que se aprovecha del desamparo de Jacob para tomarlo a su servicio. Jacob cumple con lealtad con su nuevo amo, pero mientras tanto logra labrarse su propia fortuna y casarse, tras largos años de espera, con la hija de Labán, Raquel. Víctima a su vez de un engaño, previamente ha debido contraer matrimonio con Lía, hermana de Raquel. Tras largo tiempo sin conseguir quedarse encinta, Raquel da a luz, entre atroces dolores, a José, que será hijo predilecto de Jacob por haber nacido del auténtico amor de su vida. Finalmente Jacob regresa a su lugar de origen junto con su familia y riquezas, pero en el camino pierde a su querida Raquel, que muere tras otro cruento parto: el de Benjamín. El duelo por Raquel pone fin al relato.

Como se ve, la trama argumental coincide con la crónica bíblica, pero las similitudes terminan ahí. Los personajes de Las historias de Jaacob son tan reales que acabamos conociéndolos mejor que a muchos seres de carne y hueso cercanos a nosotros. Las referencias de espacio y tiempo de la novela son deliberadamente ambiguas, de modo que los condicionantes costumbristas e históricos ceden paso a una magistral disección de los sentimientos humanos más intemporales: el amor, la codicia, la venganza, la astucia, la cobardía, la humillación, la vanidad, la soberbia. Sobre todos ellos destaca el amor, porque Las historias de Jaacob, si se nos obliga a catalogarla sin matices, es una historia de amor. Es la ternura y la pasión que surgen entre Jacob y Raquel lo que da sentido a las acciones del primero, lo que determina el nacimiento de José y la causa de la especialísima relación que se establecerá entre éste y su padre. Lazo que, a su vez, provocará la animadversión de los hijos de Lía.

La ambientación y el perfeccionismo con que se da vida a los protagonistas son posibles gracias al detalle. Goethe dijo acerca de la historia de José en la Biblia: "Esta historia natural es muy atractiva, pero parece demasiado breve, y uno se siente llamado a narrarla con todos los detalles". Y esa es, en efecto, una de las principales aportaciones de la versión de Mann. El relato es extraordinariamente minucioso. Nada falta para que toda la capacidad expresiva del autor se ponga al servicio de su supremo objetivo. Pero, a la vez, no sobra ni una palabra y el conjunto está impregnado de una poderosa armonía. Como afirma Joan Parra en la introducción, "el José fue sin duda su proyecto más ambicioso, y acaso, como se desprende de una opinión cada vez más extendida, su verdadera obra maestra".

La edición que comentamos ha sido realizada por Ediciones B, con buena traducción de Joan Parra. Sólo cabe pedir que el esfuerzo editorial continúe y que el resto de la tetralogía vea pronto la luz.

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