Hondo
es el pozo del pasado. Es más, podríamos llamarlo
insondable.
Thomas Mann
El
pozo insondable del ser humano
Comentario
a la novela "Las historias de Jaacob", de
Thomas Mann
Por
Lasker
Mi primer contacto con la obra de Thomas Mann tuvo
lugar en 1975. Yo tenía quince años y me había
propuesto leer a los clásicos, me gustaran o no. La
Ilíada, El Quijote y La Celestina,
entre otras, pasaron por mis manos aquel año y
siempre logré acabarlas, aunque reconozco que no las
asimilé hasta una segunda lectura, esta vez por puro
placer, pocos años después. Pero hubo una excepción
a esa regla de la "lectura por deber".
Recuerdo nítidamente una novela que, tras unas cien
páginas de "esfuerzo", me cautivó súbitamente
y me mantuvo despierto durante semanas, una madrugada
tras otra. En la biblioteca de mi padre había y
ahí sigue- una extensa colección de obras escogidas
de los Premios Nobel de literatura. Son gruesos volúmenes
encuadernados en tapas grises con letras doradas, y
formados por hojas finísimas que se desgarran al
menor descuido. Incluyen las mejores aportaciones de
José Echegaray, Knut Hansun, Theodor Mommsen (con su
monumental Historia de Roma, tan valiosa en lo
literario como en lo científico), Gabriela Mistral y
muchos otros, entre los que se halla, por supuesto,
Thomas Mann, a quien se otorgó el preciado galardón
en 1929. El tomo dedicado a su obra empezaba con su
primera novela, Los Buddenbrook, y esa
circunstancia de figurar al principio del libro fue
la única razón por la cual la leí. Siempre empiezo
los libros por la página uno.
Si no me falla la memoria, las primeras cincuenta
páginas (o tal vez más) de la novela se dedican a
un banquete en casa del abuelo Buddenbrook, y no sólo
pueden resultar aburridas para un adolescente de
quince años, sino también para cualquier lector. Lo
que ocurrió fue que, una vez superada esa parte del
libro, de pronto ya no pude dejarlo. Los
Buddenbrook se convirtió en una puerta mágica
por la que entré en un mundo diferente al mío, pero
igualmente creíble y, por tanto, real de algún
modo-. Los Buddenbrook me acompañó muchas
noches, en las que me olvidaba de todo para ocuparme
sólo de seguir, palabra por palabra y una página
tras otra, la historia del florecimiento y ruina de
aquella familia creada por Thomas Mann. En otras
palabras, con Los Buddenbrook descubrí lo que
es una verdadera novela y por qué hay tan pocos auténticos
novelistas.
Todo lo que Los Buddenbrook tiene de
ingenuidad, de experimentación, de novedad y
autodescubrimiento, a causa de ser la primera novela
de su autor, podemos transformarlo en madurez y
cumbre creativa en lo que sin duda fue la obra más
ambiciosa del novelista, por extensión, estilo,
argumento y dificultad de la empresa. Me refiero,
naturalmente, a José y sus hermanos,
gigantesca tetralogía que recrea la crónica bíblica
de Jacob y de su hijo predilecto. El libro objeto de
comentario es la primera parte de la misma, Las
historias de Jaacob, en la reciente y cuidadosa
edición de Ediciones B. Dejo por ahora al margen el
resto de la serie, integrado por La juventud de
José, José en Egipto y José el
proveedor.
El lector que desconozca las obras de Thomas Mann
habrá intuido ya que sus obras no son de las que
cabe afrontar a la ligera. Muchos descartarán Las
historias de Jaacob al imaginar que se trata de
una novela histórica más. Si, con todo, se adentran
en sus primeras cincuenta páginas, pueden fácilmente
desistir ante las disquisiciones del autor acerca de
la historia de la humanidad, el lugar geográfico del
Paraíso, el pecado original, la estructura del alma
humana y otros problemas aparentemente lejanos a
nuestras vivencias cotidianas. Los supervivientes se
enfrentarán con otras sesenta destinadas a narrar
con todo detalle el encuentro y la conversación que
tienen lugar entre Jacob y José junto a un pozo
ancestral, pero llegado a ese punto, el lector, aun
con la sensación de que la novela propiamente dicha
no ha comenzado todavía, sabe ya mucho acerca
de los protagonistas y del mundo en que se
desenvuelven. Y no sería posible ir más allá sin
ese previo e imprescindible conocimiento. Es cierto
que Thomas Mann no es un escritor fácil, ni se
aprecia en su obra la menor intención de serlo. Lo
que sucede es que para disfrutar de los mundos que él
creó hay que pagar un precio. Entre la vida real y
el universo literario que constituye cada una de sus
novelas (y muy particularmente José y sus
hermanos) hay estancias intermedias que es
preciso recorrer, de modo que, cuando el visitante
abandone la última y penetre por fin en el mundo de
ficción, no se sienta un extraño en él, sino
plenamente integrado con todo lo que ocurre. Thomas
Mann fue un consumado maestro en esta técnica, pero
puede no ser válida, como señalaba anteriormente,
para cualquier clase de lector.
Jacob, hijo de Isaac, obtiene de éste la bendición
como primogénito -decidida para su hermano- mediante
una treta instigada por su madre Rebeca. Obligado a
huir de la venganza de Esaú, se refugia en las
tierras de Labán, un pariente lejano que se
aprovecha del desamparo de Jacob para tomarlo a su
servicio. Jacob cumple con lealtad con su nuevo amo,
pero mientras tanto logra labrarse su propia fortuna
y casarse, tras largos años de espera, con la hija
de Labán, Raquel. Víctima a su vez de un engaño,
previamente ha debido contraer matrimonio con Lía,
hermana de Raquel. Tras largo tiempo sin conseguir
quedarse encinta, Raquel da a luz, entre atroces
dolores, a José, que será hijo predilecto de Jacob
por haber nacido del auténtico amor de su vida.
Finalmente Jacob regresa a su lugar de origen junto
con su familia y riquezas, pero en el camino pierde a
su querida Raquel, que muere tras otro cruento parto:
el de Benjamín. El duelo por Raquel pone fin al
relato.
Como se ve, la trama argumental coincide con la crónica
bíblica, pero las similitudes terminan ahí. Los
personajes de Las historias de Jaacob son tan
reales que acabamos conociéndolos mejor que a muchos
seres de carne y hueso cercanos a nosotros. Las
referencias de espacio y tiempo de la novela son
deliberadamente ambiguas, de modo que los
condicionantes costumbristas e históricos ceden paso
a una magistral disección de los sentimientos
humanos más intemporales: el amor, la codicia, la
venganza, la astucia, la cobardía, la humillación,
la vanidad, la soberbia. Sobre todos ellos destaca el
amor, porque Las historias de Jaacob, si se
nos obliga a catalogarla sin matices, es una historia
de amor. Es la ternura y la pasión que surgen entre
Jacob y Raquel lo que da sentido a las acciones del
primero, lo que determina el nacimiento de José y la
causa de la especialísima relación que se
establecerá entre éste y su padre. Lazo que, a su
vez, provocará la animadversión de los hijos de Lía.
La ambientación y el perfeccionismo con que se da
vida a los protagonistas son posibles gracias al
detalle. Goethe dijo acerca de la historia de José
en la Biblia: "Esta historia natural es muy
atractiva, pero parece demasiado breve, y uno se
siente llamado a narrarla con todos los detalles".
Y esa es, en efecto, una de las principales
aportaciones de la versión de Mann. El relato es
extraordinariamente minucioso. Nada falta para que
toda la capacidad expresiva del autor se ponga al
servicio de su supremo objetivo. Pero, a la vez, no
sobra ni una palabra y el conjunto está impregnado
de una poderosa armonía. Como afirma Joan Parra en
la introducción, "el José fue sin duda
su proyecto más ambicioso, y acaso, como se
desprende de una opinión cada vez más extendida, su
verdadera obra maestra".
La edición que comentamos ha sido realizada por
Ediciones B, con buena traducción de Joan Parra. Sólo
cabe pedir que el esfuerzo editorial continúe y que
el resto de la tetralogía vea pronto la luz.