Farsalia

Revista independiente
editor@farsalia.com

 Portada   Libros   Actualidad   Ajedrez   Foro 

 

"Tras los pasos de Adán", por Thor Heyerdahl, Ediciones B, Barcelona, 2000 (***)

"La fiesta del chivo", de M. Vargas Llosa ****
"El Príncipe destronado", de Miguel Delibes ****
"Un puente lejano", de Cornelius Ryan **
"Todo un hombre", de Tom Wolfe **

Si miramos hacia atrás, hacia la estela que vamos dejando, podemos ver el rumbo que llevamos.
Thor Heyerdahl

La entrada al paraíso
Comentario a "Tras los pasos de Adán", de Thor Heyerdahl

Por Lasker

En el interior de todo ser humano anida el germen de la aventura. Nuestra civilización ha logrado hiperprotegernos de tal modo que debemos recurrir al cine o a la televisión para evadirnos de la rutina de nuestras aburguesadas vidas. Pero en el fondo de nuestras almas sigue ardiendo una pequeña llama incitándonos a largar amarras, aunque sea sólo en el océano de nuestra fantasía. Unos pocos afrontan el compromiso de mirar al mundo de un modo diferente al convencional y, en vez de limitarse a pasar de largo, intentan profundizar en él y adentrarse en sus secretos. En ese reducido grupo se encuentra Thor Heyerdahl, que aunque combatió en la Segunda Guerra Mundial, vivió apartado de la civilización una larga temporada, cruzó gran parte del océano Pacífico en una balsa y se enfrentó a los piratas del Golfo Pérsico, entre otras muchas peripecias, admite sin avergonzarse que en su niñez era asustadizo y tímido.

Aunque la biografía de Heyerdahl supera cualquier novela de Emilio Salgari, el noruego se considera a sí mismo un científico y Tras los pasos de Adán ha sido escrito, en buena medida, para demostrarlo. Apasionado investigador de los orígenes de la humanidad, este emprendedor zoólogo de profesión y humanista de corazón, nacido en Larvik en 1914, ha pasado la mitad de su vida poniendo en evidencia a una acomodaticia comunidad científica, y la otra mitad intentando congraciarse con ella. Lo que finalmente consigue con sus memorias es transmitirnos el cuadro vital de un hombre que ha conocido y amado intensamente el pequeño planeta que nos acoge, contemplando nuestra civilización con ojo más compasivo que crítico. Aunque la naturaleza es el bien más preciado del ser humano, lo más importante es la persona misma. Esa es la primera lección que reciben él y Liv, su primera esposa, cuando deciden trasladarse a Tahití y vivir lejos de todo contacto con la civilización (estamos hablando de los años 30, cuando ninguna agencia de viajes había siquiera oído hablar de ese lugar). Al lograr embarcarse en Marsella en un barco con billete a Tahití pensaron que habían comprado un billete al Paraíso… "Pero la conclusión del viaje fue precisamente que no se puede comprar la entrada al paraíso. Los que conseguían encontrarlo, lo hallaban en su interior y hasta allí llegaban gratis".

La hazaña más conocida de Thor Heyerdahl es la travesía del Pacífico desde las costas de Perú hasta las islas de Polinesia, que realizó en 1947 en compañía de varios excompañeros de combate de la última guerra, a bordo de una balsa construida con árboles talados por la misma tripulación en la selva amazónica. El relato del acontecimiento, La expedición de la Kon Tiki, es el libro de cabecera de los aventureros de hoy día. Ni el hecho ni su documento escrito han sido superados, aunque su efectividad científica, demostrar que los primitivos habitantes polinesios provenían de las costas de Sudamérica, sigue siendo hoy día objeto de polémica.

Pero conviene advertir que las memorias de Heyerdahl no son un relato de aventuras, aunque recurra a ellas para dar amenidad al libro o para apoyar su línea de pensamiento. Se trata de un compendio de los hitos más importantes de su vida, una explicación –la mayor parte de las veces lúcida y ejemplarizante- de las ideas sociales y religiosas del autor, y de la autoafirmación del carácter científico de sus expediciones. No faltan las innumerables anécdotas, que se revelan particularmente divertidas cuando afectan a las muchas personalidades políticas que Thor tuvo ocasión de conocer, como la botella de ron Habana Club que le entregó Fidel Castro como obsequio para el gobernador chileno de la isla de Pascua, en plena dictadura de Pinochet, con dedicatoria incluida. Tras los pasos de Adán es en realidad un libro para degustar lentamente, porque entre aventuras y anécdotas es capaz de poner el dedo en la llaga de nuestras muchas contradicciones.

Algunos de sus capítulos justifican por sí solos la lectura de toda la obra. Otros tienen más relleno que sustancia, pero la mayoría nos proporcionan material para reflexionar sobre muchas facetas de nuestra propia vida. Quien esto escribe recordará, de Tras los pasos de Adán, particularmente el titulado "El jardín del Edén", un conmovedor documento sobre el pueblo madan, o árabes de los pantanos de Irak, que vivían aislados en sus islas flotantes de junco en la confluencia de los ríos Tigris y Eufrates, conservando sus costumbres varias veces milenarias, hasta que su hábitat fue masacrado por el régimen de Sadam Hussein. Heyerdahl no había logrado averiguar por qué el Ra II, una embarcación de junco con la que había cruzado el Atlántico, había llegado a su destino con el casco completamente empapado, hasta el extremo de que "las almejas crecían sobre él y los tiburones casi podían nadar a bordo", así que, tras agotar las posibilidades de consulta a los mejores expertos navales que pudo hallar, tuvo noticia de la existencia de los madan. "Allí volví a una época anterior a la invención de la rueda, a los tiempos sin estruendo callejero…". Y encuentra al viejo Hagi, personaje a quien Heyerdahl atribuye exactamente la misma frase que Miguel Delibes pone en boca del protagonista de "El disputado voto del Sr. Cayo" (véase nuestro artículo sobre Miguel Delibes en esta revista): "Nosotros no somos pobres… Nuestro orgullo es nuestra riqueza". Al final, el mensaje más intenso es siempre es el de la dignidad humana. "Aquellos hombres tenían la riqueza en su interior. No envidiaban a nadie. Por eso habían sobrevivido, mientras la civilización siria, la persa, la griega y la romana crecían y se derrumbaban a su alrededor". Y, por supuesto, averiguó lo que debía hacer para que el junco no se empapara. Hagi recordaba unas embarcaciones llamadas elep-urbati, confeccionadas con simples haces de junco sin alquitrán. "¿Y el junco? ¿Acaso no se iba empapando? –No si lo cortas en el mes de agosto –me aseguró Hagi, y todos los demás asentían.

    Copyright © 2000 Farsalia
   Prohibida la reproducción total o parcial, aun citando la procedencia, sin autorización expresa del autor