En el interior de todo ser humano anida el germen
de la aventura. Nuestra civilización ha logrado
hiperprotegernos de tal modo que debemos recurrir al
cine o a la televisión para evadirnos de la rutina
de nuestras aburguesadas vidas. Pero en el fondo de
nuestras almas sigue ardiendo una pequeña llama
incitándonos a largar amarras, aunque sea sólo en
el océano de nuestra fantasía. Unos pocos afrontan
el compromiso de mirar al mundo de un modo diferente
al convencional y, en vez de limitarse a pasar de
largo, intentan profundizar en él y adentrarse en
sus secretos. En ese reducido grupo se encuentra Thor
Heyerdahl, que aunque combatió en la Segunda Guerra
Mundial, vivió apartado de la civilización una
larga temporada, cruzó gran parte del océano Pacífico
en una balsa y se enfrentó a los piratas del Golfo Pérsico,
entre otras muchas peripecias, admite sin
avergonzarse que en su niñez era asustadizo y tímido.
Aunque la biografía de Heyerdahl supera cualquier
novela de Emilio Salgari, el noruego se considera a sí
mismo un científico y Tras los pasos de Adán ha
sido escrito, en buena medida, para demostrarlo.
Apasionado investigador de los orígenes de la
humanidad, este emprendedor zoólogo de profesión y
humanista de corazón, nacido en Larvik en 1914, ha
pasado la mitad de su vida poniendo en evidencia a
una acomodaticia comunidad científica, y la otra
mitad intentando congraciarse con ella. Lo que
finalmente consigue con sus memorias es transmitirnos
el cuadro vital de un hombre que ha conocido y amado
intensamente el pequeño planeta que nos acoge,
contemplando nuestra civilización con ojo más
compasivo que crítico. Aunque la naturaleza es el
bien más preciado del ser humano, lo más importante
es la persona misma. Esa es la primera lección que
reciben él y Liv, su primera esposa, cuando deciden
trasladarse a Tahití y vivir lejos de todo contacto
con la civilización (estamos hablando de los años
30, cuando ninguna agencia de viajes había siquiera
oído hablar de ese lugar). Al lograr embarcarse en
Marsella en un barco con billete a Tahití pensaron
que habían comprado un billete al Paraíso
"Pero
la conclusión del viaje fue precisamente que no se
puede comprar la entrada al paraíso. Los que conseguían
encontrarlo, lo hallaban en su interior y hasta allí
llegaban gratis".
La hazaña más conocida de Thor Heyerdahl es la
travesía del Pacífico desde las costas de Perú
hasta las islas de Polinesia, que realizó en 1947 en
compañía de varios excompañeros de combate de la
última guerra, a bordo de una balsa construida con
árboles talados por la misma tripulación en la
selva amazónica. El relato del acontecimiento, La
expedición de la Kon Tiki, es el libro de
cabecera de los aventureros de hoy día. Ni el hecho
ni su documento escrito han sido superados, aunque su
efectividad científica, demostrar que los primitivos
habitantes polinesios provenían de las costas de
Sudamérica, sigue siendo hoy día objeto de polémica.
Pero conviene advertir que las memorias de
Heyerdahl no son un relato de aventuras, aunque
recurra a ellas para dar amenidad al libro o para
apoyar su línea de pensamiento. Se trata de un
compendio de los hitos más importantes de su vida,
una explicación la mayor parte de las veces lúcida
y ejemplarizante- de las ideas sociales y religiosas
del autor, y de la autoafirmación del carácter
científico de sus expediciones. No faltan las
innumerables anécdotas, que se revelan
particularmente divertidas cuando afectan a las
muchas personalidades políticas que Thor tuvo ocasión
de conocer, como la botella de ron Habana Club que le
entregó Fidel Castro como obsequio para el
gobernador chileno de la isla de Pascua, en plena
dictadura de Pinochet, con dedicatoria incluida. Tras
los pasos de Adán es en realidad un libro para
degustar lentamente, porque entre aventuras y anécdotas
es capaz de poner el dedo en la llaga de nuestras
muchas contradicciones.
Algunos de sus capítulos justifican por sí solos
la lectura de toda la obra. Otros tienen más relleno
que sustancia, pero la mayoría nos proporcionan
material para reflexionar sobre muchas facetas de
nuestra propia vida. Quien esto escribe recordará,
de Tras los pasos de Adán, particularmente el
titulado "El jardín del Edén", un
conmovedor documento sobre el pueblo madan, o árabes
de los pantanos de Irak, que vivían aislados en sus
islas flotantes de junco en la confluencia de los ríos
Tigris y Eufrates, conservando sus costumbres varias
veces milenarias, hasta que su hábitat fue masacrado
por el régimen de Sadam Hussein. Heyerdahl no había
logrado averiguar por qué el Ra II, una
embarcación de junco con la que había cruzado el
Atlántico, había llegado a su destino con el casco
completamente empapado, hasta el extremo de que "las
almejas crecían sobre él y los tiburones casi podían
nadar a bordo", así que, tras agotar las
posibilidades de consulta a los mejores expertos
navales que pudo hallar, tuvo noticia de la
existencia de los madan. "Allí volví a una
época anterior a la invención de la rueda, a los
tiempos sin estruendo callejero
". Y
encuentra al viejo Hagi, personaje a quien Heyerdahl
atribuye exactamente la misma frase que Miguel
Delibes pone en boca del protagonista de "El
disputado voto del Sr. Cayo" (véase nuestro
artículo sobre Miguel
Delibes en esta revista): "Nosotros no
somos pobres
Nuestro orgullo es nuestra riqueza".
Al final, el mensaje más intenso es siempre es el de
la dignidad humana. "Aquellos hombres tenían
la riqueza en su interior. No envidiaban a nadie. Por
eso habían sobrevivido, mientras la civilización
siria, la persa, la griega y la romana crecían y se
derrumbaban a su alrededor". Y, por
supuesto, averiguó lo que debía hacer para que el
junco no se empapara. Hagi recordaba unas
embarcaciones llamadas elep-urbati,
confeccionadas con simples haces de junco sin alquitrán.
"¿Y el junco? ¿Acaso no se iba empapando?
No si lo cortas en el mes de agosto me
aseguró Hagi, y todos los demás asentían.