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El conflicto político vasco

Por Lasker

Cuando se le pregunta a un nacionalista por las causas del terrorismo de ETA, suele responder que la principal es la existencia de un conflicto político. Puesto que España impone su dominio sobre el pueblo vasco, una parte de sus ciudadanos reaccionan mediante el ejercicio de la violencia. Según esta teoría, como la raíz del problema es un "conflicto político", el terrorismo subsistirá en tanto no se resuelva aquél. Los nacionalistas aceptan que las acciones de ETA son delitos y que deben perseguirse, pero no dejan de insistir en la inutilidad de la acción policial para resolver la que, según ellos, es la "cuestión de fondo". La solución de la parte política del problema sólo podría ser, siempre desde la opinión nacionalista, el reconocimiento de los derechos de Euskadi, particularmente la autodeterminación y, como consecuencia de ella, la independencia. Por lo tanto, el fondo del asunto parece pivotar sobre dos ejes: el conflicto político y el derecho de autodeterminación. Merece la pena reflexionar un poco sobre ellos.

¿Qué es un conflicto político? La convivencia entre las personas genera una lucha de intereses. Los individuos suelen agruparse para defender las apetencias que tienen en común y buscan obtener poder para llevarlas a cabo. Eso es, ni más ni menos, la política. No se trata de "servir a los demás", o de buscar "el bien común", o de lograr otros fines más o menos decentes. Estas estimables cualidades podrán concurrir en los interesados en mayor o menor medida, pero no forman parte del problema, excepto en la medida en que, para ponerlas en práctica, es necesario primero luchar para obtener el poder y después para mantenerlo. La política, en genial definición de Loewenstein, no es sino la lucha por el poder. La ciencia política estudia los modos y las formas en que los grupos o los individuos luchan por el poder, bien para alcanzarlo, bien para mantenerlo. En ese contexto hay que situar el concepto de "conflicto político", que en el caso que nos ocupa no es sino un caso particular de lucha por el poder, es decir, una especialidad más en la casuística que la política admite. Lo importante es señalar que el conflicto político vasco es en esencia una pugna por el poder. Las personas y grupos en liza quieren obtener, gestionar o maniobrar con el poder para conseguir sus fines respectivos. Desde ese punto de vista, el conflicto político vasco, si queremos llamarlo así, no se diferencia de ningún otro conflicto político. Las formas y los procedimientos posibles para alcanzar, ejercer o mantener el poder son comunes a todos los conflictos políticos.

Esos procedimientos pueden ser de muchas clases, pero en lo que ahora nos importa se reducen a dos: los que están sometidos a las reglas de juego de la democracia y los que no lo están. Sembrar el terror entre las personas mediante el asesinato y la extorsión es, en la medida en que persigue obtener poder, uno de los modos existentes para la lucha política, pero no está, obviamente, entre los primeros. Suele diferenciarse entre terrorismo y política, pero la distinción es falsa. La política es un concepto mucho más amplio. La democracia es una forma de hacer política. La violencia, también. La cuestión es dónde se sitúa cada uno. Así pues, decir que el terrorismo etarra es la consecuencia de un conflicto político es una falacia, porque el terror es sólo la forma escogida por algunos para luchar en ese conflicto. En política, es decir, en la lucha por llevar a cabo los proyectos particulares o colectivos que la política supone, cabe admitir los derechos del adversario o intentar eliminarlo físicamente. El mayor intento de la humanidad por excluir la segunda opción se llama democracia y, por desgracia, sigue siendo un privilegio al alcance de unos pocos. Precisamente de lo que se trata es de que ninguna aspiración de una persona o grupo justifica que se ejerza el poder mediante la fuerza bruta, en este caso el terror.

El segundo eje de la ideología nacionalista es el derecho de autodeterminación, uno de los conceptos más manejados, manipulados y a la vez ignorados en el debate político. Fue formulado por vez primera en la Revolución francesa de 1789 y olvidado rápidamente por el empuje imperialista de Napoleón. Resurge durante el siglo XIX para integrarse en la doctrina del Estado nacional, "que reivindica el derecho de toda comunidad nacional a formar un Estado por considerar a las naciones como únicas entidades naturales" (Verdross). El concepto cobra fuerza tras la Primera Guerra Mundial y es utilizado por el presidente norteamericano Wilson para delimitar el trazado de fronteras entre los nuevos estados nacidos de la desintegración del Imperio Austro-Húngaro. Como hemos vivido en nuestros días, la solución no fue precisamente afortunada. En cualquier caso, el derecho a la "libre autodeterminación de los pueblos" está recogido en dos artículos de la Carta de las Naciones Unidas, con la importante salvedad de que ni precisa el concepto de "pueblo" ni establece su contenido (independencia o autonomía). La única aplicación práctica que en el Derecho internacional se ha hecho de esos preceptos de la Carta ha sido la declaración de los regímenes coloniales como contrarios a aquélla. Desde el punto de vista jurídico, el pueblo del País Vasco tiene el mismo derecho a la autodeterminación que el pueblo de Ponferrada.

Defender que el País Vasco es titular de un derecho a la autodeterminación es cuando menos temerario y, desde luego, plantea una larga lista de cuestiones irresueltas (tal vez irresolubles). Dejando al margen el "detalle" de que el territorio vasco forma parte integrante de España desde el nacimiento de ésta como Estado -como nación, desde mucho antes según opiniones muy fundadas-, habría que dilucidar qué se entiende por País Vasco, quiénes entre sus habitantes tendrían derecho al voto, la reversibilidad o no de su decisión, el papel de los ciudadanos del resto de España y otras innumerables. Tales problemas generan los suficientes desacuerdos como para que sea razonable sostener que el "conflicto político vasco" está muy lejos de resolverse, como sin resolver están otros muchos conflictos políticos de naturaleza muy diversa. Lo difícil de entender es que se acepte que unos conflictos políticos generen crímenes y que no se acepte en otros. Tal vez esto explique, efectivamente, que haya quienes, ante la evidencia de que sus deseos no podrán cumplirse, de que su opinión no podrá ser impuesta pacíficamente, lo intenten por la fuerza. De lo que no debiera haber dudas es de cuál debe ser la posición, frente a ellos, de quienes sí creen en la democracia como único modo legítimo de hacer política.

17 mayo 2002


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Bibliografía consultada:

  • Karl Loewenstein, Teoría de la Constitución, Ariel, Barcelona, 1976.

  • Alfred Verdross, Derecho Internacional Público, Aguilar, Madrid, 1976.

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