"Guerra y vicisitudes de los españoles",
por Julián Zugazagoitia, Tusquets, Barcelona,
2001 (****)
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Memorias de guerra
Comentario a "Guerra y vicisitudes de los
españoles", de Julián Zugazagoitia
Por Mitus
Prefiero pagar a la maledicencia las alcabalas
más penosas y ser cobarde para quienes me disciernan ese dicterio,
renegado para los que por tal me tengan, escéptico, traidor,
egoísta…, que todo me parecerá soportable antes de envenenar,
con un legado de odio, la conciencia virgen de las nuevas
generaciones españolas (Julián Zugazagoitia).
Se suele admitir que el primero en utilizar el
concepto de reconciliación nacional -que resultaría ser una de las
claves de la transición política iniciada en 1975- fue Santiago
Carrillo, en un discurso pronunciado ante el Comité Central del
Partido Comunista de España en los años 50. En aquel entonces
Franco estaba en la plenitud de su poder y no prestó la menor
atención a este significativo cambio de rumbo de los comunistas. Lo
notable del suceso es que uno de los colectivos que con mayor
determinación había combatido en la guerra estimara posible la
convivencia pacífica con el adversario, pero esa toma de posición
de Carrillo se produce veinte años después de finalizada la guerra
civil y se olvida que hubo quien adivinó mucho antes que esa era la
única vía para la paz. Julián Zugazagoitia, militante del PSOE,
hombre de confianza de Indalecio Prieto y de Juan Negrín en los
gobiernos republicanos de la contienda, escribió en 1940 que la paz
no podía basarse en la victoria, sino en la convivencia pacífica
de todos. De hecho, llegó al extremo de reconocer que los excesos
de la II República fueron la causa principal de la guerra, evitando
el maniqueísmo fácil que aún hoy subsiste. Podía expresarse así
sin despertar sospechas, porque nunca tuvo dudas acerca de su propio
papel: defendió la legalidad republicana hasta el final, con
palabras y con hechos, con energía y honestidad. Posiblemente a
causa de su noble idealismo, ese mismo año de 1940 fue detenido en
Francia por la Gestapo y entregado al Gobierno de Franco.
Zugazagoitia fue fusilado junto a Cruz Salido tras un juicio
sumarísimo sin garantías procesales. Afortunadamente para la
posteridad, dejó escrito un testimonio que hoy se revela
fundamental para cualquiera que se interese por conocer, de primera
mano y con un rigor inusual, las claves de la guerra civil española
y los acontecimientos más significativos de la misma, singularmente
en el entorno del Gobierno de la República.
"Guerra y vicisitudes de los
españoles" fue escrito en París entre 1939 y 1940 para ser
publicado este último año, por entregas y bajo el título
"Historia de la guerra en España", en el periódico La
Vanguardia de Buenos Aires. Lo primero que llama la atención es
que, a pesar de la cercanía en el tiempo de los acontecimientos que
narra, carece de los odios y resentimientos que cabría esperar en
quien había sido protagonista destacado de uno de los bandos. Esa
actitud de Zugazagoitia conquista de inmediato al lector y, además,
proporciona una considerable credibilidad a su versión de los
hechos. Por ejemplo, ya en las primeras páginas sorprende la
naturalidad con que describe el traspaso de simpatías de los
jóvenes de derecha desde la CEDA hacia la Falange, y las analogías
de las tácticas de esta última con las de los sindicalistas de la
CNT.
Julián Zugazagoitia conoció el asesinato de
Calvo Sotelo por boca de uno de sus responsables. Concebido como
represalia por la muerte el día anterior de un oficial republicano,
Castillo, en el plan se contemplaba también la ejecución de Gil
Robles. No hizo falta que ésta se consumara para que estallara la
guerra, predicha con lacónica exactitud por Zugazagoitia nada más
saber del atentado. A partir de ahí se inicia el relato de los
acontecimientos más significativos de la contienda, tal como se
vivieron en la parte republicana. Combinando a partes iguales
apasionamiento y amargura, el periodista se ocupa tanto de los
hechos políticos como de los sucesos militares. En los primeros,
destacan su paso por la dirección de El Socialista y, ya
implicado en el Gobierno, sus singulares relaciones con Prieto y
Negrín. Su narración es un testimonio valiosísimo de muchas
cuestiones discutidas por los historiadores, tales como la defensa
de Barcelona, la desbandada final tras el Consejo de ministros en
Figueras, la dimisión de Azaña, el golpe de estado del general
Casado, las negociaciones para la rendición de Madrid y otras
muchas.
En cuanto a los combates, Zugazagoitia, a quien
no le importa confesar su admiración por la defensa del Alcázar de
Toledo, exhibe su estilo más romántico y se explaya en señalar la
constante superioridad de los rebeldes, tanto en disciplina como en
material, lo que le permite destacar el valor de los milicianos en
lances como la defensa de Madrid, la derrota de los italianos en
Guadalajara -celebrada, según él, incluso por los soldados
españoles del propio bando nacional- o las batallas de Brunete y el
Ebro.
Desde el punto de vista literario, el valor de la
obra es más que aceptable. El estilo, casi galdosiano, resulta algo
anticuado ya en la época en que el libro fue escrito, pero esto no
le resta interés ni amenidad. Se olvida muchas veces que un libro
de Historia,
además de ser riguroso, debe estar bien escrito. Guerra y
vicisitudes de los españoles no es obra de un historiador,
sino de un testigo directo de los acontecimientos, pero posee la
credibilidad de un documento histórico y una calidad literaria que
algunos historiadores de hoy quisieran para sí.
29 abril 2002
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