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"Guerra y vicisitudes de los españoles", por Julián Zugazagoitia, Tusquets, Barcelona, 2001 (****)

"La Ilíada", de Homero *****
"En el corazón del mar", de Nathaniel Philbrick ***
"Las historias de Jaacob", de Thomas Mann *****
"Tras los pasos de Adán", de Thor Heyerdahl ***
"La fiesta del chivo", de M. Vargas Llosa ****
"El Príncipe destronado", de Miguel Delibes ****
"Un puente lejano", de Cornelius Ryan **
"Todo un hombre", de Tom Wolfe **

Memorias de guerra

Comentario a "Guerra y vicisitudes de los españoles", de Julián Zugazagoitia

Por Mitus

Prefiero pagar a la maledicencia las alcabalas más penosas y ser cobarde para quienes me disciernan ese dicterio, renegado para los que por tal me tengan, escéptico, traidor, egoísta…, que todo me parecerá soportable antes de envenenar, con un legado de odio, la conciencia virgen de las nuevas generaciones españolas (Julián Zugazagoitia).

Se suele admitir que el primero en utilizar el concepto de reconciliación nacional -que resultaría ser una de las claves de la transición política iniciada en 1975- fue Santiago Carrillo, en un discurso pronunciado ante el Comité Central del Partido Comunista de España en los años 50. En aquel entonces Franco estaba en la plenitud de su poder y no prestó la menor atención a este significativo cambio de rumbo de los comunistas. Lo notable del suceso es que uno de los colectivos que con mayor determinación había combatido en la guerra estimara posible la convivencia pacífica con el adversario, pero esa toma de posición de Carrillo se produce veinte años después de finalizada la guerra civil y se olvida que hubo quien adivinó mucho antes que esa era la única vía para la paz. Julián Zugazagoitia, militante del PSOE, hombre de confianza de Indalecio Prieto y de Juan Negrín en los gobiernos republicanos de la contienda, escribió en 1940 que la paz no podía basarse en la victoria, sino en la convivencia pacífica de todos. De hecho, llegó al extremo de reconocer que los excesos de la II República fueron la causa principal de la guerra, evitando el maniqueísmo fácil que aún hoy subsiste. Podía expresarse así sin despertar sospechas, porque nunca tuvo dudas acerca de su propio papel: defendió la legalidad republicana hasta el final, con palabras y con hechos, con energía y honestidad. Posiblemente a causa de su noble idealismo, ese mismo año de 1940 fue detenido en Francia por la Gestapo y entregado al Gobierno de Franco. Zugazagoitia fue fusilado junto a Cruz Salido tras un juicio sumarísimo sin garantías procesales. Afortunadamente para la posteridad, dejó escrito un testimonio que hoy se revela fundamental para cualquiera que se interese por conocer, de primera mano y con un rigor inusual, las claves de la guerra civil española y los acontecimientos más significativos de la misma, singularmente en el entorno del Gobierno de la República.

"Guerra y vicisitudes de los españoles" fue escrito en París entre 1939 y 1940 para ser publicado este último año, por entregas y bajo el título "Historia de la guerra en España", en el periódico La Vanguardia de Buenos Aires. Lo primero que llama la atención es que, a pesar de la cercanía en el tiempo de los acontecimientos que narra, carece de los odios y resentimientos que cabría esperar en quien había sido protagonista destacado de uno de los bandos. Esa actitud de Zugazagoitia conquista de inmediato al lector y, además, proporciona una considerable credibilidad a su versión de los hechos. Por ejemplo, ya en las primeras páginas sorprende la naturalidad con que describe el traspaso de simpatías de los jóvenes de derecha desde la CEDA hacia la Falange, y las analogías de las tácticas de esta última con las de los sindicalistas de la CNT.

Julián Zugazagoitia conoció el asesinato de Calvo Sotelo por boca de uno de sus responsables. Concebido como represalia por la muerte el día anterior de un oficial republicano, Castillo, en el plan se contemplaba también la ejecución de Gil Robles. No hizo falta que ésta se consumara para que estallara la guerra, predicha con lacónica exactitud por Zugazagoitia nada más saber del atentado. A partir de ahí se inicia el relato de los acontecimientos más significativos de la contienda, tal como se vivieron en la parte republicana. Combinando a partes iguales apasionamiento y amargura, el periodista se ocupa tanto de los hechos políticos como de los sucesos militares. En los primeros, destacan su paso por la dirección de El Socialista y, ya implicado en el Gobierno, sus singulares relaciones con Prieto y Negrín. Su narración es un testimonio valiosísimo de muchas cuestiones discutidas por los historiadores, tales como la defensa de Barcelona, la desbandada final tras el Consejo de ministros en Figueras, la dimisión de Azaña, el golpe de estado del general Casado, las negociaciones para la rendición de Madrid y otras muchas.

En cuanto a los combates, Zugazagoitia, a quien no le importa confesar su admiración por la defensa del Alcázar de Toledo, exhibe su estilo más romántico y se explaya en señalar la constante superioridad de los rebeldes, tanto en disciplina como en material, lo que le permite destacar el valor de los milicianos en lances como la defensa de Madrid, la derrota de los italianos en Guadalajara -celebrada, según él, incluso por los soldados españoles del propio bando nacional- o las batallas de Brunete y el Ebro.

Desde el punto de vista literario, el valor de la obra es más que aceptable. El estilo, casi galdosiano, resulta algo anticuado ya en la época en que el libro fue escrito, pero esto no le resta interés ni amenidad. Se olvida muchas veces que un libro de Historia, además de ser riguroso, debe estar bien escrito. Guerra y vicisitudes de los españoles no es obra de un historiador, sino de un testigo directo de los acontecimientos, pero posee la credibilidad de un documento histórico y una calidad literaria que algunos historiadores de hoy quisieran para sí.

29 abril 2002

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