Me piden que dé mi
opinión acerca de la Ley de Partidos Políticos y supongo que debo
hacerlo. ¿Para qué, si no para escribir sobre asuntos complicados,
se creó Farsalia? Pero yo había concebido la revista como un
paraíso del intelecto, un festival de las ideas, y me encuentro
expresándome incómodo por el recuerdo de los muertos, el miedo a
los asesinos y el espectro de un enfrentamiento civil. La frase
"hasta aquí hemos llegado" pronunciada por el presidente
Aznar tras el atentado de Santa Pola fue recibida con alivio, pero
me pregunto si todos los que la han aplaudido son conscientes de la
magnitud del envite. El Estado de Derecho ha declarado la guerra al
terrorismo de ETA. No podía ser de otro modo. Pues bien: ahí la
tenemos. Ahora hay que ganarla con la fuerza de la razón.
En los primeros tiempos
de la transición se discutía la legalización del Partido
Comunista. Los contrarios a ella argüían que el comunismo era una
ideología opuesta a la democracia y que no tenía sentido que un
sistema democrático admitiera en su seno a una organización
política cuyo objetivo era precisamente sustituir ese sistema por
la dictadura del proletariado, de la que eran ejemplos contundentes
los regímenes soviético, chino y cubano, por citar los más
representativos. Pero la voluntad de convivencia pacífica de los
comunistas españoles despejó las dudas y se hizo lo que se tenía
que hacer. De hecho, con posterioridad se registraron legalmente
partidos políticos mucho más extremos de derecha e izquierda,
entre los que se encontraba Herri Batasuna.
Alguna vez hemos escrito
que el Derecho, aunque a veces se aparente lo contrario, no se funda
sin más en razonamientos abstractos. Las leyes responden también a
necesidades propias de una época, a los problemas concretos de una
comunidad. La pujanza de una burguesía harta de los privilegios de
una aristocracia improductiva propicia la Revolución Francesa y con
ella nace, junto con la independencia de Estados Unidos, la
democracia moderna. Los abusos de la Revolución Industrial son el
origen del marxismo. La crisis económica, la pobreza y los
desórdenes generalizados en la Europa surgida tras la primera
guerra mundial son el caldo de cultivo del fascismo italiano y del
nacionalsocialismo alemán. ¿Es extraño que en Alemania el nazismo
esté prohibido? ¿Es un atentado a la libertad de expresión de los
alemanes el que sea incluso delictivo negar el Holocausto? Podrán
argüirse, a favor o en contra, muchas razones teóricas o
filosóficas. Lo cierto es que las sociedades legislan no sólo
conforme a un sentido abstracto de la justicia, sino también de
acuerdo con su historia y sus experiencias.
Para entender la
situación a la que se ha llegado en España con Batasuna es preciso
retroceder, una vez más, a los primeros años de la transición
política. El Gobierno de entonces idea el sistema de autonomías
para aplacar la ambición separatista de los nacionalismos vasco y
catalán. Se efectúan concesiones objetivamente contrarias a la
lógica. Se llega al extremo de aceptar como bandera vasca la
ikurriña, que era la enseña de un partido político. La
Constitución primero, y los estatutos de autonomía después,
acaban con el estado centralista y reconocen la identidad de
diversas "nacionalidades y regiones". Todo ello con dos
objetivos supremos: la desaparición de ETA y la articulación de un
proyecto de España asumible por todos. La frustración actual
resulta de que, veinticinco años después, todo aquel esfuerzo no
ha servido de nada. El PNV se ha radicalizado y ETA sigue matando.
Es la constatación de que las concesiones y los miramientos son
inútiles lo que explica la posición actual del Gobierno y el
respaldo socialista. Y el nacionalismo, por primera vez, ve cómo
ahora, libre de complejos y prejuicios, España le dice
"no". Pero no es la negativa de un Estado débil, recién
liberado del franquismo. Es un "no" de la España
democrática, de los valores de tolerancia y dignidad individuales
que están siendo concienzudamente borrados del País Vasco, al
menos para la mitad de su población.
En otras palabras,
España ha perdido el miedo a tener la razón y a reivindicarla en
paz. Quienes agitan los vientos del enfrentamiento civil son quienes
lo desean. Con todo el riesgo que supone emitir una opinión
personal, digo que en este asunto hay un bando que quiere el
conflicto y otro que no lo quiere, pero que, ahora, tampoco lo teme.
Se enfrenta el terror con la razón y el Derecho. No puede actuar en
la legalidad quien defiende el crimen. ¿Cualquier idea cabe en una
democracia? Pues no. Las hay que no caben. Han hecho falta
veinticinco años y unas insoportables condiciones de vida sufridas
con valor por los vascos no nacionalistas para que se suscitara un
consenso político en torno a este sencillo principio.
7 octubre 2002